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Meditación ante el Santísimo Cristo de la Buena Muerte

El Santísimo Cristo de la Buena Muerte, como cada Domingo de Pasión, baja de su altar para ponerse en Solemne Besapiés. Aprovechamos este día para tener un rato de intimidad con Él. Para ello recordamos las palabras de la meditación pronunciada por NHD Ricardo Mena Bernal Escobar en la bajada del Cristo con los hermanos que cumplen 50 y 75 años de pertenencia en la Hermandad.

MEDITACIÓN

Hoy nos encontramos aquí, Cristo de la Buena Muerte, para servirte de “Nicodemos y Arimateas”, que bajen tu dulce cuerpo ultrajado de la cátedra de Amor en la que te encuentras situado todo el año, y depositemos tu Cruz junto a nosotros, para que de esa forma, podamos contagiarnos de la dulzura de tu semblante y entendamos el fin último de tu muerte, que no es más, que darnos la eterna lección del infinito Amor de nuestro Padre Dios Todopoderoso.

Bajándote de tu altar, simbolizamos el fin de tu crucifixión, el fin del brutal martirio al que te sometieron, y con el que querían demostrar cómo la estupidez y la maldad humanas pueden producir el más terrible de los dolores, pero con el que quedó patente que la última palabra no la tiene la muerte, por muy buena que sea o por muy loable que sea el fin que se persigue con ella.
Depositándote dulcemente sobre estas amugas, hemos representado el momento en el que tus discípulos y las santas mujeres te depositaron sobre el sepulcro. Seguro que todos los aquí presentes imaginamos el momento, en el que con una pena infinita, los semblantes serios, cansados y llorosos, veían tu cuerpo cubierto por una simple sábana sobre una piedra gris y fría, igual que estarían sus almas, oscuras y gélidas tras ver el sufrimiento sin paragón al que te sometieron, y la incredulidad de tocar tu cuerpo muerto, cuando hacía tan poco, habían extendido sus manos para rozar tu cuerpo lleno de energía, de bondad y simpatía.

En el recogimiento de esta Capilla queremos rememorar esos momentos tan tensos y tenebrosos, de incalculable pesadumbre cuando aquellas piadosas personas recordaran instantes de tus sonrisas, Señor, de tus bromas, de tus enseñanzas en la intimidad de la familia y los amigos, instantes de descanso sintiéndose en tu compañía tan seguros… Y ahora, ¿qué? Viéndote allí y aquí postrado, sin vida, sin aliento… Unos se preguntarían: “¿Por qué nos has fallado?”. Otros querrían morir contigo, destrozadas sus ilusiones y sus esperanzas de una vida mejor, porque además, no te entendieron cuando les hablabas de que el Hijo del Hombre moriría y después sería glorificado. Y sólo Una, esperaría, en el silencio de su Angustia, a que se obrase el milagro.

Y ahora Señor, te tenemos aquí junto a nosotros, y recordando las palabras de S. Pablo a los Gálatas “Cristo me amó y se entregó por mí” (Gálatas, 2, 20), nos preguntamos todos ¿Qué puedo hacer para responder a ese Amor sin límites? Con nuestra pequeñez y nuestra debilidad, ¿Qué puedo hacer, ¡Oh Cristo! para merecer tu Amor? Y la respuesta solo puede ser una: querer como Tú nos quieres. Sin medida, sin límites, sin sombra de duda. Ya tu apóstol más amado, S. Juan, contestó por nosotros a esas preguntas: “En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1 Jn 3,16). Ese es el verdadero amor.
Y finalmente, cuando te coloquemos de nuevo erguido para que podamos besar con verdadera mansedumbre tus pies, mansedumbre que Tú nos enseñaste continuamente en tu vida y en tu muerte, puesto que fuiste “Cordero manso”, simbolizaremos el triunfo de la Resurrección sobre la muerte, del Amor sobre el odio, del Perdón sobre el pecado. Por tanto, permítenos Señor, acercarnos hasta Ti con la confianza de que sigues queriéndonos sin medida, de que nos aceptas junto a Ti tal como somos, y nosotros renovaremos, una vez más, un año más, nuestra más limpia intención de serte fieles siempre, de amar como Tú nos amaste, nos amas y nos amarás, de perdonar como Tú nos perdonas cada día. Déjanos Señor, acudir a Ti, ante nuestras penas y nuestras alegrías, ante nuestros triunfos y nuestros fracasos, todos los días de nuestra vida. Permítenos Señor, acercarnos hasta Ti, porque…

Verte así, Señor, tumbado,
tu posición manifiesta
mansedumbre del que acepta
expirar crucificado.

La tenue luz te recorta
el perfil de la cabeza,
que colmada de paciencia
sobre el pecho se reposa.

Los rizos de tu melena,
descansados sobre el dorso
van dibujando el esbozo
de tu firme cabellera.

Deja que nos acerquemos
a besar tus pies desnudos,
clavados por siempre unidos
en ese basto madero.

Con cada beso queremos
que nuestros labios impuros
se vuelvan limpios y pulcros
sobre tus pies tan perfectos.

Deja pues Cordero manso,
que con mis labios te roce
y que humildemente goce
de tu divino contacto.
Amén.

1 de abril de 2017, en la bajada del Cristo para el besapiés. Ricardo Mena-Bernal Escobar.

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